29/5/07

Y METIÓ LA COLA NOMÁS

Salió temprano aquella tarde en busca del disfraz, caminaba rápido y ansioso y podía notarse en su cara como lo embargaba la felicidad que parecía la de un niño abriendo los regalos de navidad.
Al llegar a la casa de alquiler ya brillaban expectantes sus ojos esperando probarse el traje que hacía casi dos meses había encargado al dueño del local. Rápido se deshizo de su ropa y entró al probador. Se reía a grandes carcajadas cuando se vio transformado en un soberbio emperador. Le quedaba mejor de lo que esperaba, por lo que su alegría ya casi rebalsaba por los poros. No veía la hora de que se hiciera de noche para asombrar a sus amigos, quienes seguramente también consultarían con ansias al cruel y paciente reloj.
Se bañó cantando, se secó sonriendo y comenzó a vestirse cuidadosamente tratando de recordar que nada faltara en su atuendo. Parecía un rito por la solemnidad con la que trabajaba sobre su propio cuerpo; se miró otra vez en el espejo, ya estaba listo. Puso música, se sirvió un whisky y esperó.
Casi a las once de la noche sonó el timbre y apresurado corrió a abrir. Casi se cae al enredarse con la túnica pero logró mantener el equilibrio; se ató bien una de las sandalias y abrió.
Instantáneamente las carcajadas vencieron el sonido de la música. Un diablo y un vikingo esperaban ser invitados a pasar con la sonrisa a flor de labio y el frío a flor de piel.
- ¡Ave César! dijo el diablo muerto de frío.
- ¿Desacostumbrado al infierno que tiembla tanto? preguntó el emperador
Entre saludos y elogios por sus respectivos atuendos fueron entrando hasta el living comentando mientras caminaban cuánto se iban a divertir.
-Te presento al vikingo, un compañero del laburo, dijo Luzbel.
-Encantado, decía el emperador estrechando su caliente mano a la vez que acomodaba el abrigo y el tridente sin filo cerca de la mesita de los discos.
Al terminarse la botella de whisky decidieron que ya era hora de partir y cantando como para vencer el frío llegaron al gran salón que los esperaba. Éste tenía forma de letra L, las luces de colores prendían y apagaban bajo los efectos de la música, el humo podía distinguirse claramente bajo los haces de luz, iban y venían mozos con bebidas de todo tipo y hadas, verdugos, brujas, mecánicos y hasta un velador bailaban entre otros cientos de de disfraces eufóricos de diversión.
Los tres recién llegados sonreían y se miraban excitados por la noche que se venía. La fiesta no podía estar mejor.
El diablo, el vikingo y el emperador bailaban sonrientes y sin ningún pudor, podría decirse que quien los viera encontraría tras esos disfraces a hombres jóvenes, libres, exitosos y llenos de ambición.
Pero todos los hombres saben que la libertad a veces puede sucumbir ante la mirada de una mujer.
Fue al emperador a quien le sucedió. Cuando la vio por frente a él y clavó sus ojos en ella supo que su corazón se hacía esclavo instantáneamente de ese par de ojos negros que lo penetraba sin piedad en lo más profundo de su interior.
Le dijo al vikingo:
- Si no supiera que el diablo es Pablo le daría mi alma a cambio de una noche de amor con la morocha que baila al frente mío cerca de la barra.
El vikingo sonrió mientras la miraba y respondió:
- La conozco, si querés te la presento y tal vez te la puedo llegar a dejar al mismo precio.
- ¡Hecho! contestó y se pusieron a brindar enardecidos por las buenas casualidades que presenta a veces la vida y que sabe aprovechar un ganador.
Así fue como según lo planeado todo resultó bien – hay gente que nace para triunfar-. Un poco después de la madrugada el emperador entraba en la habitación con la morocha casi rendida por el joven seductor; y un poco borracho, otro poco excitado no pudo oír como casi desde el centro mismo de la tierra, allá lejos, como un eco que se acaba, retumbaba en el averno la carcajada furiosa del diablo mientras se quitaba su disfraz de vikingo y lo revoleaba en un rincón.

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