29/5/07

LA MANO

Ya estaba llegando casi a la esquina cuando casi muero del susto al escuchar un tremendo estampido. Creo que fue un disparo. Reinaba tal silencio mientras caminaba a descansar y había tanta soledad en el barrio que el ruido y el miedo se duplicaron.
Instintivamente me agaché con los ojos cerrados y quedé casi en cuclillas. Un denso olor a pólvora envolvía el ambiente y un último hilo de humo se elevaba en la noche hasta convertirse en nada.
Todavía aturdido y con los oídos zumbando elevé mi vista buscando alguien alrededor. Cuando mi cabeza giró hacia la izquierda alcancé a distinguir cerca de la pared de una escuela, ahí nomás, cerquita mío, una sombra apenas perceptible de alguien que por los gestos parecía herido. No pareció percatarse de mi presencia o quizás él también vio una sombra en mí; no lo sé.
Tampoco sé por qué no me salía una palabra y no podía reaccionar al ver como de a poco se iba muriendo. Estaba de rodillas, ya contra la pared de la escuela, estirando al aire una mano como tratando de aferrarse a lo poco que le quedaba de dolor. Sentía el pecho cerrado por la angustia, lo acompañaba en su sufrimiento pero sólo lo podía ver, apenas podía moverme del miedo y casi no tenía reacción.
Ví como la sombra lentamente, ya casi con todo el cuerpo agonizante sobre el suelo, extendía su brazo hacia mí como suplicando piedad, apenas podía arrastrarse en un último esfuerzo por esquivar la muerte. Pocos centímetros nos separaban.
Ya sin aliento, extendí mi mano como pude tratando de alcanzar la suya, sólo un poquito más… ya estaba. ¡Pero de repente, con mi último segundo de lucidez, al lograr el contacto del que suponía un desconocido, me di cuenta que estaba tocando la pared, tocando las puertas de la muerte, tocando mi propia sombra!

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