29/5/07

LOS RIESGOS DEL CONFESIONARIO

El Padre Francesco está cansado, se acerca la misa de la tarde y ya hay algunos fieles pecadores aguardando el castigo divino que expíe sus faltas hasta el próximo domingo.
Hace un buen rato ya que está confesando y en su pequeño cubículo casi se duplica el calor del verano de afuera. Digo de afuera porque la iglesia sin embargo está fresca pero dentro del confesionario…Hay que tener la virtud de un santo para sobrellevar el peso de saber todo el chusmerío del pueblo, encima con semejantes condiciones climáticas y una sotana que le hace cosquillas en la punta del zapato. ¡Eso es calor!
Con tantas adversidades sufridas y el agravante de que fueran todas a la vez, el cura comienza a sentir la modorra causada por el calor, la falta de aire, la claustrofobia reprimida por el deseo de no defraudar a Dios. Como automatizado responde a sus feligreses, que uno a uno y otro tras otro esperan pacientemente su turno de arrodillarse para lograr sus pasajes al cielo.
En el ir y venir de la gente todo es normal, no hay un solo indicio de que ese domingo cualquiera pueda convertirse en uno distinto. Lo único diferente es que hoy fue el arrepentido Jalid, quien con paciencia se acomoda sin hacer la señal de la cruz y le dice al párroco:
- En un rato, cuando empiece la misa van a venir a volar la iglesia, tiene que hacer algo. No podría vivir con mi conciencia sabiendo lo que va a suceder y no tratar de evitarlo. Cuando me vaya comience a sacar a todos, no falta mucho para que lleguen.
Jalid se levanta con la satisfacción y plenitud del alma de quien ha redimido su espíritu, de quien se vuelve a amigar consigo mismo. Era mucho peso para no compartirlo, al fin de cuentas no era tan duro como creyó aquella vez que se comprometió a participar de la causa. Por eso no aguantó y abrió la boca. Ahora no dependía de él.
El padre Francesco continúa inmóvil con la cabeza levemente inclinada sobre uno de sus costados, hasta que el chistido de uno de los monaguillos y su suave toque en el hombro lo despiertan sobresaltado y con la frente llena de sudor.
- En cinco minutos debe empezar la misa Padre, ¿ se siente usted bien? dice el muchachito ante su extremada palidez.
El sacerdote seca las gotas que lo bañan con un pañuelo religiosamente arrugado. Sale del confesionario y apoyando su mano sobre el hombro del joven comienza a caminar hacia la sacristía.
- Sabes hijo, dice el cura, que con el calor y poco aire me quedé dormido confesando. Fue sólo un momento pero tuve una pesadilla, como premonitoria de lo real que me pareció. Venía un loco al templo a decirme que iban a venir a explotarlo, que lo iban a volar durante la misa pero yo no le hacía caso ¿entiendes? Justo en ese instante me despertaste y me asusté reaccionando tan brusco que casi doy en el suelo con mi taburete. Estaba soñando y por eso me sobresalté. ¡Imagínate hijo que venían a destruirme la iglesia! ¡Cómo para no despertar asustado!
- Ja, no se preocupe Padre que ya me acostumbré a sus sueños raros y posteriores despertares.
Salen ceremoniosamente rumbo al altar con la alegría interna de ver que todo está repleto, no entra casi nadie más, desborda de fieles el templo. Hasta los traicionados amigos de Jalid entran bromeando que con tanta gente esta iglesia está que explota.

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