29/5/07

UNA LUCHA SINGULAR

El portero decía que al joven del 5º “A” últimamente lo había visto un poco apesadumbrado, más silencioso que de costumbre y a veces un poco desaliñado, que él podía notar fácilmente cuando alguien de “su” edificio estaba triste o preocupado, o bien a l revés, felíz y desinteresado de problemas.
Decía que su experiencia con la vida le había enseñado a conocer a las personas sin conocerlas y apoyado en su escoba con la cabeza erguida, al decir esto hacía una pequeña pausa digna de un gran conferencista y esperando que su interlocutor preguntara perplejo qué quería decir con eso. Pero generalmente nunca sucedía esto. Entonces tomaba aire y decía que que su trabajo era muy bueno porque estaba constantemente en contacto con la gente, pero lástima que pocos valoraban su labor a tal punto que no se molestaban en aprender siquiera el nombre de su oficio, la mayoría le decía “portero” y no “encargado” como debería porque portero es otra cosa, son los botoncitos para llamar a los departamentos y bla, bla, bla.
Decía que seguramente al joven del 5º “A” le pasaba algo, tendría problemas y como la juventud va de la mano con la inexperiencia no había encontrado la solución, decía que al joven lo conocía bien aunque no era de mucho hablar y que su forma esa de ser le había jugado en contra, porque al no hablar de sus cosas con nadie en la cabeza se le iba formando un ovillo desarmado de dudas, preguntas y tristezas al que nunca le había encontrado la punta y entonces no aguantó, explotó y pasó lo que pasó.
Para el portero era lógico que el pobre joven se hubiera suicidado; en la desesperación y con la cabeza revolucionada no costaba nada subirse a la terraza y tirarse como águila en picada. Era una lástima pero bueno, ya no podían hacer nada pero ojalá que Dios lo entienda y lo perdone.
Me desinteresé del portero lo más sutilmente que pude y entré en el edificio con un no sè qué de contento, al ingresar al ascensor recuerdo que me miré en el espejo y parte de mi quiso sonreir y la otra parte me martillaba la cabeza como diciéndome “no podés ser tan hijo de puta”; lo que no recuerdo es qué terminé haciendo al final, habré sonreído?
Me detuve en el cuarto piso y saqué del bolsillo derecho de mi pantalón la llave del departamento “C” y entré; puse música casi funcional y después de aflojarme los cordones de mis zapatos me arrellané en el sillón y quedé mirando el techo. Medité si iría al velorio de mi vecino de arriba y decidí que no, los suicidas no merecen el pésame de nadie pensé. No pude evitar una carcajada con la ocurrencia.
Me asomé a la ventana del living y prendí un cigarrillo, la tarde estaba espléndida, hacía calor y corría una pequeña brisa que me traía a la memoria caricias de alguien, cerraba los ojos unos instantes y perdido en un rincón de una gran ciudad de cemento me entregaba a la fantasía y me dejaba acariciar. Un bocinazo de un colectivo de la línea 14 me metió de un cachetazo otra vez a la realidad. Miré entonces hacia el quinto piso y busqué el departamento de mi finado vecino. Las ventanas estaban cerradas y las persianas entreabiertas apenas me dejaban ver las cortinas que se extendían a lo ancho de ellas impasibles, esperando que alguien las venga a buscar.
Me acordaba de las palabras del portero mientras con la mirada pegaba un salto hasta la terraza y desde ahí calculaba la distancia hasta el suelo, eran unos catorce pisos y yo sé que desde arriba se ve lejos la vereda, desde esa altura pareciera que si tirás algo para abajo va a caer en el medio de la calle.
A mi cabeza vinieron otra vez (era la segunda) las imágenes de la noche anterior. Entré a mi departamento cerca de las dos de la madrugada y sin prender la luz me había quedado tomando aire en esta misma ventana; miré el cielo que en realidad no se ve en las ciudades y noté una silueta sentada en el borde de la terraza, que es un paredoncito de un metro, poco más, poco menos y un ancho de algo más de cuarenta centímetros. No sé que me pasó en ese momento pero sentía que se podía caer, era una especie de miedo, angustia, mezclado esto con una ansiedad, un deseo que no podía reprimir de cómo sería verlo caer, qué ruido haría, qué movimientos desesperados, innatos, reflejos, haría una vez en el aire tratando de salvarse.
Estaba excitado sin poder sacar mi vista de la silueta que ahora hamacaba acompasadamente sus piernas desafiando al abismo. ¿Qué hacía ahí a esa hora?¿y por qué no se largaba? Miraba de la terraza al piso una y otra vez y todas las luces del edificio se veían apagadas, ¿cuánto tardaría en tocar el piso?
El sudor empapaba mis sienes y goteaba hasta mi remera, hacía calor pero lo que en verdad me hacía transpirar así era esa idea fija de saber que de un momento a otro se iba a caer. Quise estar más cerca y por la escalera comencé a subir sigilosamente y sin apuro, por dentro tenía la firmeza de que me iba a esperar para poder disfrutar mejor de la función. Cada tanto escudriñaba por alguna ventana para ver si todavía estaba y pensaba sonriente que ya lo hubiera visto pasar de largo de no encontrarlo cada vez que lo miraba.
El último tramo de la escalera lo subí casi temblando, todavía no entiendo qué hacía ahí, asomé la cabeza tras la puerta y vi su espalda, también noté que estaba fumando, después que termine el cigarrillo pensé. Pero cada pitada sentía que era una eternidad, cerraba los ojos como en trance y veía en mi cerebro cómo sería su caída; no sé cuanto tiempo pasé así porque cuando reabrí los ojos ya no fumaba, y camuflado entre los ruidos de la noche me acerqué más, y otro poquito más, y otro…y otro.
¡Qué fácil que fue empujarlo!, quedé unos segundos mirando y recuerdo que nuestras miradas en un ínfimo instante se cruzaron, no me causó gran impresión el que me viera. Ya estaba muerto.
Ahora, mirando la silueta marcada con tiza en la vereda recuerdo al portero apoyado en su escoba describiendo psicológicamente al joven del 5º “A”, entonces me doy cuenta que en mi rostro se dibuja una gozosa aunque pálida sonrisa, pero en el fondo siento como mi alma libra una lucha singular que no alcanzo a controlar; y con los ojos a punto de estallar en mil lágrimas de bronca me pregunto una y otra vez ¡en qué me estaré convirtiendo!

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