30/5/07

DIAS NUBLADOS

Entré despacito al cuarto y me cercioré de que estuvieras durmiendo, te acomodé el cabello detrás de una de tus orejas y te tapé casi hasta el cuello.

Lentamente busqué en la oscuridad mi mochila y empecé a meter dentro lo que me pertenecía; noté que era poca la ropa y demasiados los recuerdos. Agarré un par de libros, te robé cigarrillos y también el último beso. Me senté a contemplarte y a convencerme de que lo que hacía estaba bien, no encontraba otro remedio ¿sabés? , la decepción era demasiado grande y casi no tenía consuelo.

No sé cuanto tiempo pasé admirándote, estabas hecha un cielo, tus suaves manos blancas semejaban las nubes que cada tarde contemplábamos en algún parque; el fuego de tus mejillas me recordaba el fulgor rosáceo del horizonte cuando se comienza a despedir el sol. Cada uno de tus cabellos era un rayo de luna y sentía como la brisa de tu respiración me llenaba con tu aire.

Me dio un poco de frío y miré hacia la ventana, levanté la vista un poco y noté que se acercaba una tormenta, cerré cuidadosamente la persiana y no sé por qué me acosté vestido a tu lado, tratando de no despertarte, tratando de no pensar más. Pero no podía.

Recordaba cuando nos conocimos, aquella noche llovía pero no hacía tanto frío, bajamos en la misma parada del 35 y con un poco de vergüenza me pediste si te podía acompañar hasta cruzar las vías, te dije que si, que iba para el mismo lado (aunque era mentira). Poco a poco empezamos a conocernos, nos cruzábamos seguido y charlábamos un rato, yo te preguntaba por tus cosas y vos me preguntabas por las mías y sin darnos cuenta poco a poco fue madurando el mutuo amor.

Recordaba también el día que te pedía que vinieras a vivir conmigo, con un abrazo y lágrimas empapando mis mejillas me dijiste que si y enlazadas nuestras almas en el medio de una plaza le dábamos envidia al universo con nuestra perfecta unión. Ya éramos uno los dos.

Tuvimos que correr hasta una galería culpa de un imprevisto chaparrón y yo esperaba que se formara el arco iris a tus pies ya que eras mi más apreciado tesoro. Se formó un poco más lejos pero poco me importó.

No quería recordar de más, me levanté de tu lado y fui hasta la cocina a tomar un poco de agua, miré la hora y era temprano, todavía quedaban un par de horas para que sonara tu despertador, me senté en la mesada y una y otra vez hamacaba mis piernas en el aire al compás del reloj.

Fumé hasta la mitad uno de tus cigarrillos y otra vez me serví un poco de agua y con el vaso en la mano caminé hasta tu escritorio por última vez. Había sobre él una vieja agenda, una lapicera importada, un cenicero que nos llevamos de algún bar y algunos papeles que no importaba demasiado cuidar, tal era el desorden que los imperaba. Y cerca de las esquinas estaban tus fotos preferidas; no eran muchas pero no necesitabas más.

Bebí otro sorbo de agua y me senté a contemplarlas, creo que inconscientemente ya me estaba despidiendo. Crucé las piernas, tomé uno de los portarretratos y no pude evitar una sonrisa, yo...totalmente embarrado de pies a cabeza luego de un partido de fútbol besaba tu mano de rodillas antes que partieras a tu oficina. A pesar que te ibas y que habíamos perdido dos a cero me gustaba esa foto. Me gustaba todo lo que tuviera que ver con vos.

No quise mirar las demás, preferí dejarme absorber por mis pensamientos. Fuiste todo para mí, el mundo giraba alrededor tuyo y yo no era nada sin vos, cada episodio, cada momento de mi vida llevaba tu nombre, en tus ojos veía el reflejo de mi corazón, en tu mirada sentía mis latidos y en mis suspiros sonaba tu vos.

Sentado casi en penumbras trataba de aguantar la tristeza lo mejor que podía, apretaba mis puños y cerraba con fuerza los ojos tratando de despertar de lo que a este punto ya creía una pesadilla.

Si al menos hubieras hablado antes conmigo. Pero no, te dejaste llevar por el miedo y la desesperación, pensaste más en vos y lo que fueran a decir tus padres que lo que pudiera llegar a sentir yo. Y no me iba a quedar de brazos cruzados, no podía, aquel bebé que abortaste también era mío.

Me enteré por una de tus amigas que no pudo soportar tanto peso en un secreto tan chiquito (¿cuánto tendría? ¿ocho, nueve semanas?).

Cuando lo supe primero no supe qué hacer, di vueltas como un loco por calles que ni recuerdo, tenía miedo de verte porque no estaba seguro de mi reacción, tenía miedo por los dos. Lloraba como a quien le matan un hijo, la gente que me cruzaba me miraba pero nadie se animó a decirme nada, todos caminaban curiosos pero ninguno parecía llevar puesto el corazón, pero así es la ciudad.. Me sentía demasiado solo, demasiado defraudado, necesitaba actuar urgente y echar un poco de agua helada a la ira que me dominaba. Fue entonces cuando decidí volver a casa y juntar mis cosas.

Ahí seguía sentado con mi cabeza cada vez más revolucionada por los nervios cuando miré la hora y dejé mi pereza poniéndome resueltamente de pie, la bronca comenzaba a reprocharme mi poca acción.

Dejé el vaso que tenía todavía en la mano y entré al cuarto nuevamente, mi alma no podía aceptar que aquella imagen tuya durmiendo tan apaciblemente fuera la última. Temblando y mordiéndome los labios para no volver a llorar agarré mi mochila y sin dejar que mi mirada vuelva atrás me encaminé hacia la puerta. Tardé una eternidad intentando meter la llave tanto era lo que temblaba y mi vista se empezó a enturbiar sabiendo que ya no te iba a ver más.

Súbitamente tiré endemoniado mis cosas a un costado de la puerta y corrí a abrazarte. Con la luz todavía apagada entré nuevamente al cuarto donde se había formado el fruto de nuestro amor, y sin perder el tiempo en pensamientos más benévolos tomé una almohada y la abracé a tu cara hasta hacerte perder la respiración.

No te di tiempo a nada y un despertador sonando en vano en el piso me anunciaba la hora de tu defunción.

Parecías dormida y seguía agitada mi respiración, ¿qué iba a hacer sin vos?, llegué a la puerta del departamento y no tuve fuerzas para irme. Volví sobre mis pasos y me cercioré que también las persianas del living estuvieran cerradas; agarré la mitad de un cigarrillo que había en la cocina y lo terminé.

De a poco recuperaba la paz porque ya tenía la respuesta a mi soledad, no podía dejarte sabés? ¿Cómo haría para no extrañarte? Bostecé cansado y un débil trueno se escuchó, abrí todas las llaves de gas y sin darles fuego me fui a acostar a tu lado a morir con vos. El arrullo de la lluvia pronto hizo que me durmiera y los peritos afirman que morí minutos antes de que saliera el sol. Ya había pasado para todos el chaparrón.

No hay comentarios: