31/5/07

LAS LÁGRIMAS DE LA HECHICERA

Ay de mí, ¿cómo explicar mis chocantes sentimientos sin recordar los hechos que en este estado me han dejado, y lo que es peor de todo, me han de dejar aún en peores condiciones? Los dioses del destino me la han hecho buena y ya no puedo escapar a sus injustos caprichos. Ya nada queda por hacer, la firmeza de mi palabra y mi naturaleza sólo conocen un camino, y ese camino será el que ahora debo tomar. Pero no quiero apresurarme y seguiré los tiempos que me han traído hasta aquí.
Tuve la mala fortuna que mi corazón se dejara atrapar por la belleza de Lourdes la hechicera. Hechicera si, así como se los digo, poseía incontables trucos mágicos y por ellos es grandiosa su fama, aunque la tiene más por su mortal hermosura. ¿Por qué mortal? porque no hay hombre que no sucumba ante sus (¿mágicos o reales?) encantos de mujer y sea capaz de hacer lo que ella les pida. Porque para ganarse el amor de la hechicera hay que atreverse a cumplir una de sus inhumanas pruebas o prendas, llámenlo como les guste, las consecuencias serán las mismas de todas formas.
Y no crean que sea tan fácil ganarse un corazón tan de piedra como el de la hechicera de quien les hablo. Sólo un hombre conozco que haya salido victorioso de uno de sus tan temidos pero codiciados pedidos. Ese hombre soy yo. O lo seré dentro de unos momentos por lo menos, cuando culmine de contar mi historia.
Pacientemente esperé mi turno e invocaba a los cielos la fuerza y entereza necesarias para cumplir cualquier objetivo que me impusieran. Había jurado que nada me detendría en mis propósitos y Lourdes sería mía a cualquier precio. Tal era el amor que por ella sentía y sigo sintiendo ahora a minutos de que ella presencie mi victoria. Por fin podré descansar con la certeza de saber que su costoso pero anhelado amor tendrá a quien les habla como único y eterno dueño.
Antes de saber qué prueba me tocaría en suerte, intenté de muchas otras maneras acercarme siquiera a los más recónditos secretos que su impenetrable alma guardaba. Inútil sería extenderme en contar tantos métodos diferentes y a la vez ineficaces que no me llevaron a buen puerto jamás. ¿A quién le interesan intentos que no dan resultado? Ni al más novato de los amantes con toda seguridad. Por lo tanto sólo me referiré a aquello que sí dejará algo de qué hablar, sólo comparto con ustedes lo que irremediablemente me llevará a lo que siempre soñé.
¿Cómo explicar sentimientos tan desencontrados, tan contradictorios? Hay premios que colman las expectativas pero sin pensar a costa de qué se lograron, de lo contrario se torna amargo su sabor. Como quien errante por el desierto, con la sed llevándolo al borde de la locura se encuentra con un oasis y al beber ansiosamente se da cuenta espantado que sólo hay agua salada. Así de terrible es a veces, así de espantoso se siente.
Sin lugar a dudas el hecho de haber caído en redes tan prolijamente tejidas tendría que haberme aunque sea dado un indicio de los posibles frutos de mi locura de amor. Pero yo estaba confiado en poder superar el laberinto propuesto por la fortuna. Al fin y al cabo soy un hombre enamorado, no me pidan cordura en mis actos así como yo no les pido que entiendan el proceso que mi espíritu lleva por dentro.
Porque debo confesar que si pudiera retroceder el tiempo y empezara a desandar de nuevo los caminos posibles, elegiría sin dudarlo el mismo. Pero no me impidan quejarme del lado de la moneda que me ha tocado en suerte, aunque por las circunstancias que se plantearán tal vez haya caído de canto. El yin y el yang de mi vida, tan simple es la respuesta que me asusta la pregunta, cruel, brutal pero a la vez hermoso destino que me das una única opción.
¿Habrá una forma de torcer lo que ya está escrito?
Cuánto tiempo pasó hasta que me llegó el turno de ir en busca de mi obligada mas no ansiada prenda no lo recuerdo. Las horas, los días con cada uno de sus minutos los ocupaba pensando en mi amada Lourdes, por ella debería hacer vaya uno a saber qué cosa. Por ella soñaba despierto y me animaba interiormente para darme el valor y la astucia suficiente para salir abrazado a la victoria.
Hasta que por fin llegó el gran día y sobresaltado dejé mi ensimismamiento y letargo para acudir en busca de lo que sería mi objetivo a cumplir para de una vez por todas conquistar a mi amada hechicera. Lleno de buena voluntad, impaciencia y coraje, pero aun más enceguecido de amor, llegué a su lado para escuchar su caprichoso pedido.
Con su sempiterna sonrisa adornando su cada día más perfecto rostro ahí estaba esperando mi presencia. Sin demasiados preámbulos me incliné ante tanta belleza junta y bajé mi cabeza sumiso, como aceptando las condiciones del trato que me propondría.
Estaba preparado para cualquier cosa que me pidiera, así de mucho amaba a Lourdes. Todas mis debilidades mentales y físicas tomaron una fuerza indescriptible y se transformaron dentro mío para aceptar el reto.
¿Mi misión? nada fácil por cierto pero bien valía la pena la retribución a mis esfuerzos. Simplemente debía encontrar al hombre más fuerte y valiente, llevarlo ante su presencia y obligarlo a saltar del gran risco que frenaba al ancho mar. Digo simplemente porque era tal mi ambición por llevar adelante cualquiera de sus exigencias que me creía capaz hasta de levantar el mundo sobre mi cabeza y entregárselo sólo para ella.
Sin armas que me ayudaran en mi propósito salí en busca del hombre fuerte y valiente, ¿podría con él?, ¿cómo me daría cuenta?, ¿dónde lo encontraría? Tenía tantas preguntas como caminos por recorrer. Pero sabía que no era el tiempo de las palabras sino el de la acción.
Ni las lluvias, ni los calores, ni la invitación de las más hermosas mujeres a que me quede con ellas disminuían mi marcha. Espesas selvas, densas estepas e interminables desiertos nada aportaban a mi causa. Busqué sobre cada árbol, dentro de cada cueva, debajo de cada piedra, hasta en la profundidad de cada lago, cada mar y cada río pero sin demasiada suerte de mi lado. Mi desesperación se agigantaba con cada paso que daba infructuosamente, mis pensamientos no podían concebir tremendo fracaso, lo hacía por Lourdes ¿entienden? no podía intentar siquiera bajar los brazos. No estaba bajo ningún concepto dentro de ninguna de mis posibilidades.
Tantos kilómetros caminados, tantas noches en vela al acecho de cualquier indicio pero no podía dar con su rastro y ya sentía agotar mis posibilidades de lograr el éxito tan soñado. Volví sobre los pasos andados por si acaso hubiera dejado algún rincón sin explorar pero tampoco lo encontraba, hasta que ya muy cerca de mi amada pude ver el rostro de quien sería el dueño de mi destino. Ocurrió cuando paré en uno de mis tantos descansos en busca de un poco de agua que aliviara la sed de mi boca y de mi corazón defraudado. El reflejo de mi rostro en la laguna me hizo dar cuenta que en todo mi recorrido del ancho mundo en ningún momento me había cruzado con hombre alguno. Intenté recordar alguna cara masculina, pero la ceguera que me producía mi desbordado amor no me había dejado darme cuenta antes de que yo era el último hombre sobre la tierra. Por lo tanto también era el más fuerte y el más valiente ya que no cabían comparaciones con otros de mi especie. ¡Oh cruel y fatal destino! en qué encrucijada me encontraba.
Lentamente regresé al lado de mi amor imposible y entendió que había entendido. Todos los hombres habían perecido en busca de su esquivo amor. No había demasiado por decir en aquel momento, no valía ningún tipo de perdón si quería que me amara y así lo comprendí. Besé su mano por primera y última vez y me refugié al pie del acantilado a escribir estas palabras que me ayuden a sobrellevar el final de mi camino. Pero por cierto no piensen que me voy solo, porque sé que dentro de unos segundos, cuando mi cuerpo flote inerte adentrándose en la oscuridad del mar, cuando mi último suspiro vuelva a susurrar por vez póstuma su nombre, cuando ya sea tarde para dar la vuelta atrás, por fin podré decir que logré tallar un corazón en el pecho de piedra de mi amada hechicera Lourdes. Y ella, como yo siempre lo había soñado, llorará por fin invocando mi nombre.

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